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...en otras noticias, el movimiento "Rodea el Congreso" ha logrado reunir a la increíble cantidad de aproximadamente 30.000 personas alrededor del edificio del Congreso de los Diputados, ocupando completamente la plaza de las Cortes, la plaza de Neptuno y las calles colindantes. Se ha desplegado un cordón policial alrededor del edificio para mantener la manifestación bajo control, mientras se decide la nueva ley sobre los bienes inmuebles, que..."
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Plaza de las Cortes, Puerta principal del edificio del Congreso, 25 de Enero de 2015, 19:38.
¡Hijos de puta! ¡Ladrones! ¡Bastardos!
Eso fue lo que oyó Antonio Álvarez, antidisturbios, cuando salió del furgón de la policía, bajo el cielo nocturno de Madrid. Sus compañeros, totalmente equipados con cascos, armaduras de kevlar, escudos, porras y escopetas de perdigones de goma, salieron tras él y comenzaron a desplegarse por el perímetro.
¡Sin los uniformes no tenéis cojones! ¡Hijos de perra!
-
Desplegaos en la esquina con la Carrera de san Jerónimo y preparaos para avanzar, cambio.-
-Oído, teniente. ¡Chavales, moved el culo!- gritó Álvarez a sus hombres.
Se dirigieron a paso ligero a la esquina, la cual alcanzaron justo cuando empezaban a lloverles botellas y piedras. Un petardo estalló cerca del pie de Fernando Pinares, chamuscándole la suela. La policía que estaba detrás, Elena Gómez, se giró y disparó una bala de goma en dirección al que había lanzado el explosivo. Se oyó un grito de dolor. Una botella se rompió a la izquierda de la formación de antidisturbios, que levantaron los escudos y mantuvieron la posición.
La multitud comenzaba a avanzar. ¡El pueblo, unido, jamás será vencido! ¡El pueblo, unido, jamás será vencido!
A cada grito, avanzaban un paso más, chillando tirando objetos, dando palmas y golpeando palos contra escudos improvisados. Cuando estaban a veinte metros, Álvarez ordenó:
-Bajaos las viseras.-
Una serie de chasquidos secos le respondió. Los escudos se encajaron, y las porras se elevaron. Diez metros. A la izquierda del escuadrón, otros policías se preparaban para repeler el avance aparentemente imparable de los manifestantes. Cinco metros.
¡Sin los uniformes no tenéis cojones! ¡Poli muerto, abono para mi huerto! ¡Cabrones!
-
A todas las unidades, cargad. Hacedlos retroceder, cambio-
-¡Vale muchachos! ¡A por ellos! ¡Si os intentan pegar, arrestadlos! ¡A los demás, dispersadlos!
Cuatro metros. Tres. La línea de antidisturbios se lanzó hacia adelante. Las porras subieron y bajaron. La multitud respondió al choque con piedras, palos, botellas y puños. Los policías estrellaron las porras contra todo lo que se movía, golpeando con saña y dispersando a la muchedumbre, que retrocedió.
Los policías se echaron atrás de nuevo, y Álvarez escaneó con la mirada a sus hombres. Los diez estaban intactos, y dos de ellos arrastraban a un manifestante que se debatía, gritando obscenidades. Un petardo estalló sobre sus cabezas, iluminando la calle de rojo.
¡Hijos de puta! ¡No nos peguéis! ¡Estáis defendiendo a unos ladrones!
El escuadrón continuó su retirada hacia la esquina, mientras Elena y Óscar Guzmán, los que llevaban las escopetas, disparaban balas de goma contra la multitud que retrocedía. Entre los escuadrones del cordón policial y los manifestantes quedó una franja de terreno de treinta metros de anchura sobre la que volaban diversos objetos arrojadizos, perdigones de goma y botes de humo. Por el suelo se arrastraban algunos heridos, y muchas pancartas y armas improvisadas quedaron abandonadas tras el violento encontronazo.
Fernando recibió una pedrada en el escudo que le sobresaltó, pero Elena salió brevemente de detrás de la formación y disparó de nuevo. Inmediatamente, la chica se puso de nuevo a cubierto tras el escudo de su compañero, justo cuando una botella impactaba en el lugar en el que había estado apenas un segundo antes.
Álvarez gritó:
-¡Juntad los escudos! ¡Juntad los escudos!-
La lluvia de objetos se intensificó, mientras se oían más gritos y pitidos. ¡Asesinos! ¡Jodidos asesinos a sueldo!
Sin embargo, la multitud había retrocedido a más de cincuenta metros, dando un descanso a los policías, que ahora jadeaban por el esfuerzo de mantener los escudos en alto, y la anterior refriega. Algunos enfundaron las porras, se levantaron las viseras y echaron mano de sus botellas de agua. A cien metros a la izquierda de la posición del escuadrón de Álvarez, otro grupo de antidisturbios avanzó hacia la multitud.
"¿
Qué están haciendo esos payasos?" pensó el policía, llevándose el comunicador a la boca:
-Tango dos-uno, de Tango dos-seis, ¿qué coño estáis haciendo? Retroceded, que no nos han dado la orden de cargar otra vez, joder...
-Tango dos-seis, de Tango dos-uno. Recibido.
Álvarez observó cómo se paraban los policías de Tango dos-uno y comenzaban a retroceder, y se dirigió a Óscar:
-Guzmán, diles a Saldaña y a Cuadrado que lleven a ese imbécil a los furgones- y diciendo esto, señaló a los dos policías que sostenían al manifestante que habían atrapado en la carga. El tipo sangraba abundantemente por un corte en la frente.
-Mantened los escudos unidos, gente...
-
Tango dos-seis, aquí Puesto de Mando. Trasladaos a la esquina que está justo enfrente de vosotros, la que que está más cerca de los manifestantes, y manteneos a la espera. Tango dos-ocho os relevará, cambio-
-Recibido, Puesto de Mando. Ya les veo... ¡Vamos, muchachos! ¡A paso ligero!
Los nueve antidisturbios trotaron hasta la nueva posición. La esquina estaba muy cerca de la línea de pancartas, y podían oír los gritos de las personas con claridad:
¡Vergüenza! ¡Vergüenza! ¡Vergüenza! ¡Vergüenza! ¡Vergüenza! ¡Vergüenza! ¡Vergüenza!
Otro petardo estalló a la derecha de Álvarez. Ahora podía verse claramente que había docenas de heridos e inconscientes entre el cordón de la policía y la masa de personas. La muchedumbre comenzó a avanzar de nuevo, con la intención de rescatar a los accidentados. Algunos se adelantaron y tiraron objetos contra los antidisturbios.
-
¡Tango dos uno, aquí Puesto de Mando, cargad! ¡Repito, cargad!-
Extrañado, Álvarez activó el comunicador:
-Puesto de Mando, Puesto de Mando, no están actuando de forma completamente hostil. Están recogiendo a sus heridos, cambio.-
-
¡Aquí puesto de mando, a todas las unidades! ¡Hay graves disturbios cerca de su zona, varias manifestaciones espontáneas se han unido, y avanzan hacia ustedes desde Sol! ¡Son miles, ¿me oyen?! ¡Miles! ¡Despejen la zona, ya!-
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...desde este helicóptero se pueden ver las imágenes de la concentración más grande de la historia de España. Parece que más de un millón de personas se encuentran ahora mismo abarrotando las calles, superando los controles policiales e inundando completamente la vía pública y... ¡Dios mío! ¿Han visto eso? Parece que la policía está cargando en la plaza de las Cortes, pero la gente no se dispersa... ¡Oh Dios! ¡Algo ha explotado ahí abajo!
[Fin del fragmento]
Plaza de Neptuno, 25 de Enero de 2015, 20:03
La plaza estaba absolutamente anegada de personas. El cordón policial se mantuvo firme frente a decenas de miles de manifestantes, juntando los escudos, y golpeando sin descanso con las porras. Por tres veces retrocedieron los manifestantes, pero seguían reagrupándose para lanzarse de nuevo contra la fina hilera de uniformes azules. Era el caos.
Entonces, algo estalló en medio del cordón. Un objeto que voló por los aires, hasta estrellarse contra la fila de escudos, estallando y convirtiendo una gran sección en un infierno de llamas anaranjadas. En ese momento, todo estuvo perdido. Con un enorme rugido, la muchedumbre se lanzó contra el hueco, rompiendo la delgada fila de antidisturbios y aislando a sus componentes en un mar de violencia. Aquí y allá aguantaron algunas bolsas de resistencia, pero fueron rápidamente extinguidas, como velas bajo un aguacero. Los policías lucharon con fiereza, lanzando porrazos a derecha e izquierda, pero la furibunda multitud estaba sedienta de sangre. Uno a uno fueron cayendo, aplastados, golpeados y desmembrados sin piedad. Más de veinte mil personas atravesaron la línea de ciento cincuenta policías como un cuchillo atravesando mantequilla caliente, haciendo trizas a los policías con salvajismo y crueldad.
La revolución, tan ansiada por muchos, finalmente había comenzado.
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