Anochecía. Juan se quedó sentado en un banco en la plaza de Pontebranca, con la mirada perdida en el vacío. Pensó en la muchacha de la foto, a la que por alguna broma del destino había visto aquella misma mañana, y frunció el ceño. Entonces, una sombra apareció detrás de él, y se dio la vuelta. Allí estaba ella, observándole.
-Hola. ¿Puedo sentarme?
-Sí, claro- dijo Juan, apartando su mochila de un espacio del banco a su lado. Ella se sentó.
-Me llamo Marina. ¿Y tú?
-Juan. ¿Qué tal?
-Muy bien, pero podría estar mejor si me respondieras a una pregunta.
-Dime.
-Cuando desembarcamos, te vi junto a todos aquellos guerrilleros. Y tú me viste a mí. Después, estuviste toda la tarde mirándome, no, no te molestes en negarlo.- dijo Marina. -Yo creo que me conoces de algo y no sé por qué. Así que allá va la pregunta: ¿Cómo es eso posible? No te he visto nunca, eso seguro. Me acordaría.
Juan suspiró. No tenía sentido mentirle. Hurgó en su bolsillo unos segundos y sacó la desgastada foto. Estaba como siempre, la chica sonriendo despreocupadamente bajo el sol. Se la mostró sin decir nada. Ella reaccionó como si la hubiesen abofeteado. Le arrebató la foto de la mano.
-¿Dónde encontraste esto? ¡Dímelo ya!
-Estaba en una casa cerca del parque de Retiro, en Madrid.
-Oh, mierda. ¿Había alguien allí aparte de tí?
-¿Por qué? ¿Qué te pasa?
-Mi padre tenía una foto como esta en su casa. ¿Había alguien allí? ¿Estaba mi padre?
-Oh, Dios. Lo siento. No creo que quieras saber...
-¡No! ¡Dime lo que pasó!- le gritó ella.
-Está bien, pero cálmate. De acuerdo: Fue en Noviembre, durante la invasión inicial de los yanquis, el diablo se los lleve. Yo formaba parte de una partida de búsqueda por aquel entonces. Estábamos buscando al hombre que creo que era tu padre. El jefe de Policía Jorge Sánchez...
**************
3 de Noviembre de 2012, Avenida de Menéndez Pelayo. 14:23 pm
Juan se agachó detrás del murete de la valla del parque junto a otros seis partisanos, mientras una lluvia de balas pasaba por encima de su cabeza. El maldito tanque les había interceptado a doscientos metros de la casa del jefe de Policía, y ya había matado a la mitad de los guerrilleros de la partida. Los veintinueve restantes estaban dispersos por las esquinas y edificios de la zona. Vio a Enrique haciéndole señas desde el portal de la casa del jefe. El Abrams abrió fuego contra un edificio, y los cascotes volaron por doquier en una ensordecedora detonación.
Juan palmeó la espalda del guerrillero más cercano, señalándole la puerta principal donde se apelotonaban el capitán Orellana y sus hombres, entre los que se encontraba Enrique.
-¡En cuanto os diga, corred lo más rápido que podáis hacia allí! ¡Hay que ponerse a cubierto cuanto antes, y sacar a Sánchez de ese sitio!
-¿¡Estás loco!? ¡No podemos salir con ese hijo de la grandísima puta allí en medio de la calle!
-¡Nos han dicho que evacuemos al jefe de ahí y lo llevemos al CG! ¡Para hacer eso, primero tenemos que sobrevivir! ¡Y si nos quedamos aquí, te digo yo que somos carne muerta!
-Oh, joder. ¡Vale, pero cuando salga de ésta, te juro que eres hombre muerto...!- no pudo terminar la frase. Una tremenda ráfaga de una ametralladora pesada del calibre 12.70 le partió por la mitad a la altura de la cadera, rociándoles a todos de sangre y vísceras reventadas.
Juan boqueó, limpiándose la sangre de los ojos.
-¡Vamos, tenemos que salir de aquí! ¡Seguidme!
Se levantó, sin molestarse en ver si le seguían o no. Las balas mordían el suelo a su alrededor, pero milagrosamente no le alcanzó ninguna. Los demás partisanos, después de dudar un momento, fueron tras él. De los cinco que se levantaron, tres llegaron a la seguridad del portal. Jadeando, se pusieron a cubierto mientras la calle empezaba a puntearse de las características formas de tres docenas de Marines estadounidenses.
-¡Subid, rápido! ¡Hay que sacarle de allí antes de que los yanquis nos corten la retirada!- vociferó el capitán.
Corriendo, subieron las escaleras hasta el piso del jefe de Policía y, derribando la puerta, entraron en el piso.
Algunos se apostaron en las ventanas. Otros vigilaron las escaleras, para que no les flanqueasen. Juan y Enrique fueron de habitación en habitación, buscando a Sánchez. Cuando entraron en la cocina, un disparo abrió un boquete en la pared contraria. Ambos guerrilleros levantaron las manos, y varios de los demás llegaron a la carrera, con las armas cebadas.
-¿Qué estáis haciendo aquí? ¡Fuera de mi casa!- tronó una voz enérgica. Un hombre de mediana edad vestido con una camisa de franela y unos vaqueros estaba de pie en la habitación, enarbolando una Glock de nueve milímetros.
-¡No dispare! Hemos venido a sacarle de aquí. Prepare sus cosas.
-¿Sacarme de aquí? ¿Y eso?
-Ni idea. Sólo cumplimos órdenes, señor. Ahora necesitamos que se dé prisa. Nos persiguen, y tenemos que salir de aquí antes de que nos maten a todos.
-¿A dónde vais a llevarme, si puede saberse?
-Al Cuartel General de la Resistencia de Madrid.-respondió Enrique con presteza.
-Pero, ¿Por qué coj...?
-¡No hay tiempo! ¡Tenemos que irnos ya! ¡Vamos!- exclamó el capitán, que acababa de acercarse.
En ese momento, un guerrillero apostado en la escalera abrió fuego con una MG40. La ráfaga se prolongó unos segundos, y luego paró.
-¡Que vienen! ¡Están intentando subir!
El jefe de Policía se puso en movimiento. Sacó una mochila y metió algo de ropa y unos pocos objetos más. Salió al salón, desde donde los partisanos estaban disparando contra la calle. Se inclinó sobre una mesita y sacó de un marco una pequeña foto de 10x10 cm que mostraba a una bella muchacha.
Estuvo mirándola unos segundos, y dijo:
-De acuerdo. Estoy listo. ¿Cómo vamos a salir?
-Usaremos un helicóptero para salir por la azotea. Suponiendo que esos yanquis hijos de perra no lo derriben.- replicó el capitán.
En ese momento, el miliciano de la ametralladora volvió a disparar. Se oyeron unos pocos tiros de respuesta, a los que reaccionó abriendo fuego con más entusiasmo.
-¡Mi capitán! ¡Me estoy quedando sin munición!
Más partisanos sumaron su fuego al del servidor de la MG40, acribillando el rellano. Se oyeron unos gritos escaleras abajo y sonó una ensordecedora detonación.
-¿Qué demonios ha sido eso?- preguntó el capitán Orellana.
-¡Uno de esos mamones tenía una granada, pero me lo he cargado! ¡Esas son las buenas noticias! ¡Las malas son que un trozo de metralla ha rebotado y me ha destrozado la ametralladora!
-¡Mierda! ¡Vamos, salgamos de...!
No pudo continuar. Una descomunal explosión destruyó toda la fachada del edificio, haciendo que trozos de ladrillo y mampostería volasen por doquier. Juan había caído al suelo, desorientado y totalmente sordo.
Giró la cabeza, buscando con la mirada al capitán o a Enrique, o a quien fuera. Entonces, sus ojos se posaron sobre el cuerpo inerte del jefe de Policía Sánchez.
Sobreponiéndose al aturdimiento y al pitido de sus oídos, Juan se arrastró hacia él. Los ojos del hombre miraban sin ver, y extendía un brazo tratando de alcanzar la foto, que había quedado tirada a unos metros. Un gran trozo de madera le sobresalía del abdomen.
Se estremeció, y luego quedó inmóvil mientras un gran charco de sangre se formaba debajo de él. Juan se estiró, como movido por un resorte, y agarró la imagen. Se levantó, con la ayuda de Enrique y de los dos ensangrentados y magullados guerrilleros que quedaban.
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-...Cuando salimos a la azotea, el helicóptero ya estaba dando vueltas por encima de nosotros. Les hicimos señas para que se acercaran, y aterrizaron para sacarnos de allí. Todavía no sé por qué nos mandaron a ese lugar. Aparte de nosotros cuatro, todos los demás estaban muertos. Fue un milagro que sobreviviéramos.
Juan hizo una pausa. Marina se había quedado totalmente inmóvil, sus manos sujetando con fuerza la fotografía. Sus ojos estaban bañados en lágrimas. Bajó la mirada hacia la imagen, y habló:
-Esta foto me la hicieron hace cuatro años. Estábamos de vacaciones aquí, para visitar a mi familia materna. A mi madre nunca le gustó que mi padre tuviera que estar en Madrid por su trabajo. Pero lo aceptaba. Hace un año, mis padres se separaron, y mi madre y yo vinimos a vivir aquí.
-Marina. Lo siento. Si lo hubiera sabido...
-No habrías podido hacer nada. No te culpo por no haber podido salvar a mi padre.
Se quedaron un momento en silencio. La noche era ya cerrada, y la única iluminación eran la Luna y las estrellas.
Con una nota de emoción contenida, Marina volvió a hablar:
-¿Puedes abrazarme, por favor? Mi padre ha muerto...
Y se echó a llorar. Juan la abrazó torpemente, intentando calmarla. Por un momento, no hubo nada. Ni guerra, ni dolor, ni miedo, ni desesperación. Sólo dos almas que se abrazaban en una fría noche, buscando consuelo y alivio.
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