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Era noche cerrada. Juan se debatía en sueños, presa de una terrible pesadilla. Murmuraba, todavía dormido:

-¡No! Joder, no lo hagas, no lo hagas...



Una sombra se perfiló en la entrada de la tienda. Entró sigilosamente, y se inclinó sobre el joven.

-¿Juan? ¿estás despierto?-susurró una voz suave.

Él abrió los ojos, y sin pensarlo se abalanzó sobre la figura. La derribó sobre el camastro en el que había estado durmiendo y le puso su cuchillo en la barbilla. Le inmovilizó los brazos con las rodillas, y utilizó la otra mano para encender la linterna que colgaba del vértice.

-¿Marina? ¿Qué estas haciendo aquí? ¿Cómo has pasado a través de los centinelas?

-Quería hablar contigo. ¿Me sueltas?

-Sí, perdona.- dijo Juan, apartándose. Ella se incorporó, frotándose un brazo, y se levantó de la cama. El muchacho recogió su manta del suelo, y la colocó sobre el colchón. Se sentó en ella, colocando su cuchillo de vuelta en la funda que colgaba de su cinturón.

-¿Cómo demonios has burlado a los centinelas del campamento?

-No lo hice. Simplemente pasé a través de ellos. No me dijeron nada. Y yo ya me sabía el camino hasta tu tienda...

-Joder... ¿te das cuenta de lo cerca que he estado de matarte?

-Sí... estabas teniendo una pesadilla. ¿Qué es lo que querías que no hiciera alguien?

-No... no quiero hablar de ello. Sólo necesitas saber que fue algo espantoso, y que no tengo deseo de repetir la experiencia.

-Cuéntamelo. ¿Qué es eso que te da tanto miedo?

Juan se quedó un rato en silencio. No se movió ni siquiera cuando Marina se sentó a su lado, recolócandose su jersey rosa.

-Si no quieres, no...- empezó ella, pero Juan la interrumpió.

-Fue hace una semana, más o menos, en el pueblo de Fabero. Habíamos montado allí el campamento para pasar unos días y descansar. Cuando pasamos por Ávila recogimos a una niña que había perdido a toda su familia en el bombardeo, y le teníamos mucho cariño. Se llamaba Susana. Una mañana, ella estaba jugando al lado de un bosque que había por ahí cerca. Unos cuantos de los nuestros y yo estábamos recogiendo leña por la zona, y no nos dimos cuenta de que se había alejado mucho.
La vi cuando estaba ya internándose en el bosque. La seguí, corriendo y le dije que no se alejara. Ella corría, despreocupada, y no vio al grupo de soldados norteamericanos que estaba allí montando guardia. Uno de los centinelas estaba limpiando su pistola, cuando ella pisó una rama rota. Fue tan rápido que no me dio tiempo a reaccionar. El otro se giró rápidamente y le pegó un tiro en el pecho.

-Dios mío... ¿Qué hicisteis?

-Cuando se fueron, recogimos el cadáver. La enterramos en el pueblo, a unos doscientos metros. Después, el coronel nos reunió. Y fuimos de caza. Aquel día no nos paramos a pensar. Había como noventa de los nuestros, y seis de los suyos. Les perseguimos durante todo el día, y buena parte de la noche. Cuando finalmente les alcanzamos...

Hizo una pausa, enterrando la cara entre las manos. Marina le puso la mano en un hombro. Cuando levantó la cabeza, tenía los ojos llenos de lágrimas.

-Nos tomamos nuestro tiempo. Los atamos a postes, para que no pudieran escapar. Cuando finalmente ya no les quedó aliento para suplicar, les volamos la cabeza. Todavía sueño con ello. Hicimos una barbaridad espantosa, y sólo espero poder redimirme de lo que hice aquella noche. Aún oigo sus gritos. Al que lo hizo, al que le disparó a la pequeña, le cortamos las manos. Les dejamos allí, para que se pudrieran. Incluso dejamos encendido su transmisor, para que pudieran rastrearlo, y vieran lo que les había ocurrido.

Marina se había quedado sin habla. Le miraba como si fuera una especie de monstruo salido de las profundidades del infierno.

-No espero el perdón ni la comprensión de nadie. Sólo quiero morir sabiendo que el resto de mi vida hice lo correcto.

-Pues haz lo correcto. ¡Mírame!- le dijo Marina, cogiéndole la cara y girándola hacia ella. -Vive tu vida de forma ejemplar. No vuelvas a hacer algo así, y no permitas que nadie haga algo así mientras puedas evitarlo. No puedes cambiar lo que pasó, pero puedes hacer que otros no tengan que vivir con esa experiencia.

-Tienes razón. Tienes razón.

Él la miró a los ojos. Ella bajó la mirada, avergonzada de su perorata.

-Cuando la fragata en la que ibais fue atacada, ¿a dónde os dirigíais tú y tu madre?

-A Francia... Tengo familia allí. Sólo queríamos escapar de la guerra. La invasión de los brasileños hace dos años acabó con la paciencia de mi madre. Decidió que nunca más tendríamos que vivir lo que ocurrió entonces. Pero los yanquis nos interceptaron, y no pudimos esquivarlos...

Juan le cogió la barbilla a la chica, para hacerle levantar la cabeza. Se miraron a los ojos intensamente. Estaban tan cerca que Juan podía notar el suave aliento de Marina en sus labios. Se inclinó hacia ella, y...

-¡Montes! ¡Deja de hacer eso, y mueve el culo! ¡Te toca el turno de guardia!

El sargento Ruiz estaba en la entrada de la tienda, con el ceño fruncido. Juan se levantó rápidamente y se puso su camiseta y la gabardina. Cogió el subfusil MP5K que le diera hacía tres semanas el difunto Pedro, y los dos cargadores que le quedaban. No se giró para ver cómo Marina se mordía el labio con los ojos cerrados.

-Vamos, Romeo. ¡Tira p'alante, que es para hoy!

-¡Sí, mi sargento!- dijo Juan mientras se alejaba a paso ligero.

Marina salió de la tienda, apagando la linterna colgante, y se quedó pensativa ante la entrada de tela mientras observaba cómo el muchacho se alejaba, espoleado por el sargento.

Sonrió a la oscuridad de la noche galaica, y se dirigió hacia el pueblo.

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