Olvidados. Ésa era la palabra que martilleaba el cerebro de Juan mientras Suárez hablaba:
-Hoy, a las 13:30 se cortarán todas las comunicaciones para cambiar las señales de radio. No podremos contactar con nadie, ni recibir señal. Se reanudarán las comunicaciones en una semana, el próximo jueves día 10 de febrero. Ese mismo día vendrá una columna de refuerzos, junto a los que envió el teniente coronel Santana a Bilbao. Construiremos defensas provisionales para defender Pontebranca en caso de ataque. Nos aprovisionaremos de munición, comida y agua. Además, como medida adicional, evacuaremos a todos los no combatientes.
Esto último provocó murmullos entre la población civil del pueblo, que se encontraban en la plaza junto a los poco más de quinientos guerrilleros que habían quedado como guarnición. Suárez continuó hablando:
-Se organizarán cuadrillas de trabajo para establecer zonas defensivas en la colina y la línea del bosquecillo que hay cerca de la costa. También se fortificarán el edificio del ayuntamiento y el mercado, además de algunos de los edificios colindantes a la plaza.
El capitán siguió dando instrucciones y organizando el trabajo. Se cortaron las calles, dejando tan sólo algunos estrechos cuellos de botella totalmente minados y preparados para emboscadas. Fueron erigidas enormes pilas de neumáticos en diversos puntos de la zona, incluyendo algunas posiciones elevadas en los alrededores, y que serían quemadas para producir espesas nubes de humo que sirvieran de aviso en caso de un ataque.
La colina pronto estuvo surcada de trincheras y agujeros de tirador en los que se agazapaban los milicianos. Las seis ametralladoras de las que disponían fueron distribuidas entre los pocos partisanos que sabían cargarlas y dispararlas. El pequeño bosque que había junto a la costa también fue protegido por un centenar de guerrilleros bien armados y entrenados, pertenecientes a la 11ª Partida, todos ellos veteranos de la anterior guerra contra Brasil. Les llamaban ''Los Madereros'', y estaban preparados para cualquier cosa.
***********
Marina, indignada, caminaba por las calles de Pontebranca a buen paso, mientras buscaba a Juan con la mirada. Lo divisó unos metros más allá de donde ella se encontraba, ayudando a un carpintero a sostener unas tablas en posición mientras él las clavaba en un puesto del mercado, convirtiéndolo en una especie de búnker achaparrado de madera. Se acercó a él y comenzó a hablar:
-¡Juan! ¡No me quieren dejar quedarme aquí! ¡Pretenden que me vaya con el resto de no combatientes a las colinas!
-Bueno, es que... no eres una combatiente, Marina. Ése es el problema.- repuso él con una sonrisa conciliadora.
-¡Pero te estoy diciendo que ni siquiera me dejan luchar! ¡Dicen que no tengo suficiente experiencia!
-Marina, ten en cuenta que la mayoría de los guerrilleros que nos encontramos aquí somos razonablemente competentes con algún arma, y muchos ya hemos participado en combates reales. No deberían permitirte luchar sólo para que mueras durante tu primer encuentro. Nuestros enemigos son duros, resistentes, bien armados y exquisitamente entrenados. Es posible que la mayor parte de nosotros muera si hay una batalla. -replicó él ahora serio.
-O sea que tú sí puedes luchar aunque cuando empezaste no tenías ninguna experiencia, mientras que yo no. ¿Es eso lo que me estás diciendo?
-No. A ver, no es eso. Mira, Marina, soy tu amigo, y no me gustaría verte herida, o muerta porque no estuvieras preparada para combatir contra los soldados de la fuerza militar más grande de la historia de la humanidad.
-Es decir, que no soy incompetente. Estoy indefensa, que no es lo mismo. Pues menudo amigo estás hecho.- dijo ella enfurruñada. Entonces se giró y, con la cabeza alta, se marchó dando grandes zancadas.
La chica estaba furibunda. Estaba enfadada por no poder quedarse. Estaba enfadada por ser dejada de lado. Pero sobre todo, estaba enfadada con Juan, por no verla más que como una amiga. Había viajado por media España con una fotografía suya, la había consolado cuando ella se enteró de la muerte de su padre, había comido con ella en su propia casa, de su propia mesa. La noche anterior, en la tienda de él, creyó haber tenido un momento, pero ahora no sabía qué pensar.
Sus reflexiones se vieron interrumpidas por un repentino griterío:
-¡Los neumáticos! ¡Los neumáticos de la colina arden!
La muchacha se dio la vuelta y vio que, efectivamente, una densa nube de humo negro se elevaba hacia el cielo a unos pocos centenares de metros del pueblo. Otra columna de humo ascendió desde el bosque, y otra más desde la misma colina, a pocos metros de la anterior. Casi inmediatamente, se comenzó a escuchar el rumor de motores en la lejanía. Marina vio cómo un guerrillero con una antorcha le prendía fuego al montón de ruedas y trozos de caucho que había en el centro de la plaza. Una apestosa y espesa nube de color negro comenzó a formarse sobre las cabezas de todos los presentes, la mayoría de los cuales comenzaron a correr hacia sus casas, al ser casi todos civiles.
Marina, en lugar de volver a casa, se acercó a un poste de la luz que había cerca de ella y trepó a él con agilidad, volviendo su mirada sobre la fila de vehículos que se adivinaba en el horizonte, más allá de la colina. Se puso la mano en la frente a modo de visera para protegerse del sol del mediodía, y divisó una docena de
Humvees, y un LAV Bradley. Sobre ellos planeaban tres esbeltos helicópteros de ataque.
La chica bajó del poste dando un salto. Juan se encontraba en el mismo sitio, quitándose su pesada gabardina y colocando su MP5K sobre el hombro, sostenido por la correa. El joven se le acercó y le dijo:
-Será mejor que te vayas a casa, Marina. Tu madre se preocupará.
-¿Y tú?- dijo ella, olvidando su enfado- ¿Adónde vas a ir?
-A mí y a otros ciento cincuenta nos mandan a la colina para dar apoyo. Somos la primera línea de defensa.
En ese momento, con un estruendo ensordecedor, los helicópteros pasaron por encima de ellos. Uno de los partisanos que había en la plaza se llevó el rifle al hombro y abrió fuego. Los helicópteros devolvieron el fuego con sus Gatling, abatiendo al guerrillero y a algunos otros que pasaban corriendo a su lado. Juan se lanzó al suelo, abrazando a la muchacha y tratando de escudarla contra posibles disparos. Sintió que la mano de Marina se deslizaba en la suya, y le apretaba los dedos con fuerza. Cuando el sonido de los rotores disminuyó al alejarse, Juan le dijo a la chica, mientras la levantaba del suelo:
-¡Vete a casa! ¡Rápido!
En ese momento, los helicópteros hicieron una nueva pasada, matando a más guerrilleros. Uno de ellos disparó un cohete contra una de las casas fortificadas, haciéndola saltar en pedazos y levantando una nube de polvo.
-¡Marina! ¡Corre! ¡Sal de aquí!- le gritó. -¡Vete! ¡Corre! ¡Corre!
Ella obedeció. Se dio la vuelta y corrió en dirección opuesta. Los helicópteros se dieron la vuelta, disparando a plena potencia, y acabando con docenas de partisanos y civiles por igual. Cuando las balas de 50 mm impactaban contra los desprotegidos cuerpos de las víctimas, la fuerza del disparo les lanzaba por los aires, o les vaporizaba en una nube de color rojo. Juan echó a correr a toda velocidad en dirección al camión de transporte que debía llevarles a él y a otros quince milicianos a la colina. Oyó el traqueteo de las ametralladoras de los partisanos y el bajo y pesado ladrido de las calibre 50 de los helicópteros.
Podía casi sentir los impactos de los proyectiles a ambos lados de sus piernas, el zumbido de las balas que mordían el suelo de adoquines detrás de él. Cubrió los últimos metros hasta el camión a la velocidad del rayo, y se lanzó dentro del vehículo. Podía oír a los guerrilleros gritar:
-¡Ponlo en marcha! ¡Vamos, arranca!
El camión se puso en marcha con un gruñido de protesta, y se echó hacia adelante. Juan se incorporó, ayudado por dos de los partisanos, y posó la mirada sobre la chica con la camiseta naranja, que corría en dirección opuesta a la suya, alejándose de él. Por encima del pueblo, que se hacía más pequeño por momentos, los helicópteros continuaron la carnicería durante unos minutos antes de dar media vuelta y regresar a donde quiera que estuviera su base.
La batalla de Pontebranca había comenzado.
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