El bosque, el tercer día, 6:36
Juan salió del búnker médico justo antes del amanecer. La niebla del día anterior se había disuelto casi del todo, y habían pasado casi tres horas desde el último ataque yanqui. Se estiró con un gruñido, y se abrigó más con su gabardina. Divisó al teniente Morales, que se afanaba en levantar la moral de sus hombres con algunas palabras de ánimo, pasando entre los pozos de tirador.
Se dirigió hacia el teniente, y saludó:
-Mi teniente.
-Ah, eres tú. Pensé que habías muerto. Vaya nochecita ¿eh?
Juan rió.
-No vea, teniente. ¿Cómo han ido las cosas por aquí? Desde lo de la colina, digo.
-No muy bien. He perdido treinta y tres hombres. Y no tenía muchos para empezar. Hemos conseguido detenerlos, de momento. Pero temo que no aguantemos al próximo ataque. Si nos asaltan otra vez de esa manera no tendremos más remedio que retirarnos -suspiró, apartando la vista- No sé en qué pensaba Suárez cuando me mandó defender este pedazo de tierra inmunda con sólo cien hombres.
-Bueno, mi teniente, en la colina éramos doscientos y aun así no les detuvimos. Nos masacraron como si fuéramos ganado. - Juan escupió.
-Llámame Santiago. ¿Cómo te llamas tú?
-Juan Montes. Encantado - le tendió la mano.
El otro se la estrechó, y empezó a caminar hacia el búnker médico. Un par de todoterrenos y un camión se hallaban repostando allí, sus conductores charlando y fumando.
-¿Hay algo más que necesites?- preguntó Morales sin girarse.
-Bueno, un arma me vendrá bien. Sólo dispongo de mi cuchillo, y… no es muy efectivo.- dijo señalando su brazo izquierdo en cabestrillo.
-Vale, pues ve a la armería y que te den algo. Es ese agujero de ahí. Dile al encargado que vienes de mi parte.
-Sí, mi teniente.
Juan enfiló hacia el agujero, y descendió por una escalerilla de cuerda hasta el fondo. Unas lámparas de fósforo iluminaban parcialmente la estancia, que quedaba en una cierta penumbra. Una docena de guerrilleros dormían en el suelo, en camastros o sacos de dormir. Vio que el centinela de guardia despertaba a uno de sus compañeros, antes de despojarse de su canana de municiones, su abrigo y su arma, y meterse en el saco de dormir en el que ya se encontraba su novia, una chica rubia y con coletas. Juan avanzó hasta el centro de la estancia, donde el encargado, un hombre bajito y gordo de mediana edad, le daba a la botella sin descanso, entre unas estanterías y cajas llenas de armas y munición.
-¿Qué coño quieres?- preguntó el tipo, con voz pastosa. Llevaba insignias de sargento.
-Vengo de parte del teniente Morales, con un recado de que me den un arma y munición.
-Joder… no podías haber elegido un mejor momento, ¿no?- gruñó el hombre mientras se levantaba. Abrió los brazos. -Bueno, ¿a qué esperas? Como ves, tenemos más armas que hombres. Coge lo que quieras, y luego vienes a firmar el recibo.
- Sí, mi sargento.
Juan avanzó por la estancia, y cogió un rifle G36 del Ejército Español, además de varios cargadores, que metió en sus bolsillos y cinturón. Después, cogió una pistola M1911A1, comprobó el cargador y cogió unos pocos más. Se pasó la correa del fusil de asalto por encima de un hombro, y se metió la pistola en la cartuchera.
Iba a girarse, cuando un estruendo ensordecedor sacudió la estancia. Terrones de tierra cayeron del techo, y una gran sección del lugar se derrumbó. Juan se lanzó al suelo, y se cubrió la cabeza con las manos. En ese momento, entró un partisano armado y gritó:
-¡Todo el mundo fuera! ¡Nos atacan!
-Me cago en…- murmuró Juan entre dientes.
Entonces, otra tremenda explosión sacudió el cielo y la tierra, dejándole sordo y ciego durante unos instantes. Casi inmediatamente, se oyó el tableteo de una ametralladora, y el ladrido de los fusiles respondiéndole. Juan se lanzó hacia la salida, subiendo por la escalerilla, y asomó la cabeza al exterior, que todavía estaba oscuro. Salió del agujero, y corrió hacia el búnker 6. Dentro, un puñado de partisanos se afanaba en disparar desde las aspilleras, vendar sus heridas, y aullar por la radio.
-¡Puesto diecinueve! ¡Aquí búnker 6! ¡Respondan! ¡Puesto diecinueve, ¿me reciben?! ¡No contesta nadie! ¡Creo que sólo quedamos nosotros!
Entonces, Miranda, el guerrillero que había salvado a Juan, gritó:
-¡Llama a Pontebranca! ¡Diles que no podremos aguantar mucho tiempo, y que envíen refuerzos!
-¿Pontebranca? ¡Aquí búnker 6! ¡Nos atacan! ¡Estamos en inferioridad numérica, y hay un tanque! ¡Repito, tienen un tanque! ¡Envíen refuerzos! ¡Pontebranca! ¡Pontebranca, ¿me recibe?! ¡Por el amor de Dios, contesten!
Otra monstruosa explosión hizo pedazos una sección del búnker, matando a dos de los “Madereros”, e hiriendo a otros tres. Miranda se giró hacia Juan, y le gritó:
-¡No vamos a conseguir detenerlos! ¡Son demasiados! ¡Y no podemos contra el jodido tanque! ¡Dile al teniente que saque de aquí a los supervivientes! ¡Nosotros les contendremos!
-Pero…
-¡No discutas! ¡Saca de aquí a todos los que puedas!
Miranda volvió a concentrarse en su MG4, lanzando ráfagas de balas contra cualquier enemigo que apareciera en su arco de fuego. Juan salió de nuevo al exterior, donde los demás guerrilleros combatían con bravura. Resplandores anaranjados iluminaban la noche, y formaban fantasmagóricas sombras. Los misiles y obuses caían por todas partes, levantando grandes surtidores de tierra, mientras sonaba el rugido de los cazas que cortaban el cielo nocturno sobre las cabezas de los partisanos. Juan corrió hacia el teniente, que estaba agazapado dentro de uno de los pozos.
-¡Mi teniente! ¡Mensaje urgente del búnker 6! ¡Hay un tanque avanzando en nuestra dirección! ¡El líder del búnker dice que hay que sacar a todo el mundo de aquí, y que tratará de contenerlos para conseguirnos tiempo!
-¿Morales? ¿Qué coño…?
-¡No hay tiempo! ¡Tenemos que retirarnos o nos rodearán! ¡Y si eso ocurre, nos harán pedazos!
Morales se quedó totalmente incrédulo al oír estas palabras. Recuperó el habla, y ordenó:
-De acuerdo. Montes, encárgate de la radio. La clave de cifrado es 665263- Entonces sacó su megáfono y aulló:
-¡Retirada! ¡Retirada! ¡Ocupad las posiciones defensivas secundarias!
Mientras tanto, Juan puso en funcionamiento la radio del pozo, y gritó por encima del estampido de las explosiones:
-¡A todas las unidades! ¡Retirada! ¡A Pontebranca! ¡Repito, retirada!
Los milicianos comenzaron a salir de sus agujeros y trincheras, disparando sus armas, y tratando de alejarse de las tropas estadounidenses que se acercaban. Juan apagó la radio y echó a correr, mientras quitaba el seguro de su G36 nuevo. Un guerrillero cayó justo en frente de él con un humeante agujero en la espalda, haciéndole perder el equilibrio. Se estabilizó, y se giró con el arma a punto, y entonces lo vio. Con 9’78 metros de largo, 2’43 metros de alto, y 69 toneladas de peso, el M1 Abrams que tenía Juan delante de sí era el tanque más enorme que había visto en su vida.
La torreta del carro blindado giró en dirección a un grupo de partisanos que trataban de ponerse a cubierto y abrió fuego con la ametralladora de 50 mm, haciendo estallar sus cuerpos como si de fruta madura se tratase.
Juan se dio la vuelta, y corrió como nunca antes mientras las balas mordían la tierra a sus pies. Los cazas americanos hicieron entonces otra pasada, y el mundo se confundió en un estruendo ensordecedor, mezclado con el estallido cegador del
napalm. El bosque ardía. Las llamas se elevaban y lo consumían todo en deflagraciones de color naranja y rojo, y el rugido de los aviones se elevó sobre el coro de gritos de los agonizantes y el desesperado disparo de las armas.
Búnker 6, el bosque, 7:52
López estaba muerto. Una bala le había arrancado la cabeza de cuajo mientras trataba de recargar su arma. Montoya también estaba muerto, hecho trizas por una granada a la entrada del búnker. A Villar le habían cosido a balazos cuando trató de salir a por munición. Sólo quedaban Miranda y Jager, un inmigrante belga.
Ya no les quedaban balas, después de haber mantenido la posición durante una hora y media, y sólo era cuestión de tiempo que los americanos le echasen un par de huevos y asaltasen.
Jager todavía tenía munición para la pistola, y disparaba con ella en dirección a los yanquis, mientras chillaba en holandés:
-
Neuken klootzakken Ik zal verdomme neuk je moeders!!!!
-Déjalo, tío. Nos van a matar de todas formas. No tiene sentido insultarles.
-¡No me rendiré mientras me quede una bala!- entonces, un tiro le alcanzó en el brazo, y el tipo cayó al suelo.
Miranda se acercó a él rápidamente, mientras el belga mascullaba:
Ah, jij bliksem… miereneukers!
Se incorporó con dificultad. Comprobó su pistola. Le quedaban dos balas. Ambos guerrilleros se miraron, y asintieron. Jager sacó una de ellas, y se la dio a Miranda, que la puso en su propia arma. Se dieron la mano. Y entonces, a la vez, los dos montaron el arma, se la llevaron a la boca y apretaron el gatillo.
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